Cuando comenzamos este proyecto, lo único que existía en la finca era un denso bosque mediterráneo. Nuestro cliente quedó enamorado del entorno natural y la ubicación de la parcela. Curiosamente, la casa no fue lo que más llamó su atención; fue el jardín el que lo inspiró, imaginando un espacio que se fundiera perfectamente con el entorno. Con esta visión en mente, nuestra misión quedó clara: crear un jardín mediterráneo único, que no solo cumpliera, sino que superara las expectativas más altas.
El primer paso fue despejar la finca, podando gran parte de los Pinus halepensis que habían crecido sin control. El terreno parecía más un bosque encantado que un jardín habitable. Una vez despejados los pinos, comenzamos a plantar especies autóctonas para dar vida a un auténtico bosque mediterráneo. Creamos islas de vegetación utilizando arbustos locales, e insertamos toques de color entre ellos, asegurando que cada rincón tuviera su propia armonía natural.
Con las islas de vegetación en su lugar, nos enfocamos en diseñar áreas de recreo: caminos bien integrados, una pista de petanca, una cancha de voleibol, e incluso una pequeña playa artificial. Para esta última, seleccionamos una arena ligeramente gruesa, cómoda para caminar pero lo suficientemente pesada para que el viento no la desplazara, manteniendo siempre un equilibrio entre estética y funcionalidad.
Frente a la casa, instalamos una pequeña área de césped. La transición entre el jardín y el bosque era espectacular, tan natural que parecía haber estado allí desde siempre.
En la parte trasera de la propiedad, predominan las paredes de piedra de marés, lo que nos llevó a considerar las duras condiciones climáticas, especialmente el intenso calor del verano. Plantamos varios ejemplares, que con el tiempo proporcionarán la sombra necesaria. Acompañamos estas con ejemplares de Pachypodium lamerei, crasas y cactus, creando una combinación que parecía sacada de una revista de paisajismo.
Finalmente, para unificar todo el espacio, instalamos estabilizadores en los suelos y el área de estacionamiento, cubriéndolos con gravilla fina. Esta elección fue fundamental para respetar el entorno natural. Cualquier otro material hubiera roto la armonía, y optar por hormigón no era una opción en un lugar tan rústico y auténtico como este.